El Gran Océano, Pablo Neruda: Analizado por Tomas Vargas

El Gran Océano
El Gran Océano es un poema del famoso poeta chileno Pablo Neruda. Este poema habla sobre sobre el océano y su grandiosidad relatada desde el punto de vista y con las palabras de una persona de género desconocido que claramente admira y siente una gran pasión por este. El motivo de la creación de este poema probablemente es la ya conocida admiración hacia el océano por parte del hablante lírico y también por la pasión hacia el océano que tenía el mismo poeta, Pablo Neruda. El poema no es depresivo ni tampoco melancólico, pero tampoco es un poema muy feliz ni alegre, así que El Gran Océano es un poema más que nada relajado y apasionado. Y como las figuras retóricas van quedar fuera de este poema. Entre las varias figuras retóricas que se encuentran en el poema, señalaré algunas cuantas. La primera es una metáfora que dice, "la cavidad universal  del agua", refiriéndose al océano o al mar. La segunda sería hipérbole que dice "no es la última ola con su salado peso la que tritura costas". Sería hipérbole porque las olas del mar no trituran ni destruyen las costas, solo caen sobre ellas. La tercera sería "no queda sino un beso de la sal" que sería personificación al darle atributos humanos a algo inerte como que la sal pueda besar. Y finalmente la última sería el poema entero que es una personificación porque el hablante lírico trata al océano como si fuera una persona.


El Gran Océano

Si de tus dones y de tus destrucciones,
Océano a mis manos
pudiera destinar una medida, una fruta, un fermento,
escogería tu reposo distante, las líneas de tu acero,
tu extensión vigilada por el aire y la noche,
y la energía de tu idioma blanco
que destroza y derriba sus columnas
en su propia pureza demolida.

No es la última ola con su salado peso 
la que tritura costas y produce
la paz de arena que rodea el mundo:
es el central volumen de la fuerza,
la potencia extendida de las aguas,
la inmóvil soledad llena de vidas.
Tiempo, tal vez, o copa acumulada
de todo movimiento, unidad pura 
que no selló la muerte, verde víscera
de la totalidad abrasadora.
Del brazo sumergido que levanta una gota
no queda sino un beso de la sal.

De los cuerpos del hombre
en tus orillas una húmeda fragancia
de flor mojada permanece. Tu energía
parece resbalar sin ser gastada,
parece regresar a su reposo.
La ola que desprendes,
arco de identidad, pluma estrellada,
cuando se despeñó fue sólo espuma,
y regresó a nacer sin consumirse.
Toda tu fuerza vuelve a ser origen.
Sólo entregas despojos triturados,
cáscaras que apartó tu cargamento,
lo que expulsó la acción de tu abundancia,
todo lo que dejó de ser racimo.
Tu estatua está extendida más allá de las olas.

Viviente y ordenada como el pecho y el manto
de un solo ser y sus respiraciones,
en la materia de la luz izadas,
llanuras levantadas por las olas,
forman la piel desnuda del planeta.
Llenas tu propio ser con tu substancia.
Colmas la curvatura del silencio.
Con tu sal y tu miel tiembla la copa,
la cavidad universal del agua,
y nada falta en ti como en el cráter
desollado, en el vaso cerril:
cumbres vacías, cicatrices, señales
que vigilan el aire mutilado.

Tus pétalos palpitan contra el mundo, 
tiemblan tus cereales submarinos, 
las suaves ovas cuelgan su amenaza, 

navegan y pululan las escuelas,
y sólo sube al hilo de las redes
el relámpago muerto de la escama,
un milímetro herido en la distancia
de tus totalidades cristalinas.

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